jueves, 1 de mayo de 2008

Operación Newton

No solo la falta de comprensión –que caracteriza a una gran cantidad de jóvenes- con relación a las formulas y procedimientos utilizados por la Física, sino también, la búsqueda de aquella siempre necesaria gota de rebeldía característica de los adolescentes, es lo que llevó a un selecto y reducido círculo de amigos –en el cual, yo estaba incluido- a incurrir, quizás, en uno de los delitos más comunes en el cual un alumno puede caer dentro de su etapa escolar, me refiero a la falsificación.

Todo comenzó en el momento en que nuestras calificaciones progresaban significativa y estrepitosamente hacia el suelo. Corrían ya vientos otoñales, era el mes de mayo y eso –para nosotros- significaba algo muy importante, el término del primer trimestre de nuestro último año de la etapa escolar. Sí, cursábamos cuarto medio, y aún no teníamos conocimiento alguno de la forma por la cual era posible resolver un simple e inofensivo problema relacionado con Fuerza, masa, velocidad, o cualquier otro factor de calculo físico. En definitiva, fueron cuatro años en los que el esfuerzo hecho por nuestro profesor fue total y absolutamente en vano. No había caso, éramos unos ineptos en la materia.

El término del trimestre significó para nosotros un momento crucial, la situación era insostenible, teníamos pleno conocimiento que nuestras aptitudes cognitivas relacionadas con la Física no las podríamos desarrollar en un par de meses, teniendo en consideración que nisiquiera lo habíamos hecho en cuatro años. Si manteníamos ese promedio de calificaciones –en el cual, matemáticas también se encontraba en cifras rojas- era muy probable que a finales de año tuviésemos que afrontar una situación de repitencia, y para nosotros, alumnos de cuarto medio, aquello no era una opción. Por lo tanto, debíamos hacer algo.

Luego de analizar la situación se llegó a la conclusión de que la batalla se debía dar en dos frentes, el primero en contra de los cursos de matemáticas, esta se debía librar de manera trasparente y limpia. Dedicaríamos horas de estudios y acordamos reunirnos como grupo para prepararnos para las pruebas. Teníamos confianza de que lo podríamos superar. Quedaba ahora nuestro punto crítico, era de pleno conocimiento que aunque dedicásemos jornadas completas de estudio seria imposible revertir la situación de Física y para ello, ya se había tomado una decisión.

En cada semestre eran cinco las notas con las que nos calificaban, tres de estas pertenecían a pruebas, y para superarlas la única opción era mediante la copia indiscriminada. Pero, no bastaba con copiar de una manera común, se debía ser más sofisticados, no debía quedar ningún espacio en blanco, todo debía estar planificado, desde los bancos en que nos ubicaríamos hasta los medios de comunicación a utilizar –en ellos, incluíamos celulares, calculadoras, espejos, señales de manos, voces de alerta, torpeos, etc.-Una cuarta calificación correspondía a un taller que se desarrollaba en clases y que se podía finalizar en casa. Resolver esta situación no nos resultó complejo, la posibilidad de estar en nuestros hogares nos permitía utilizar diferentes medios para resolver los problemas, podíamos recurrir a libros, Internet, etc. A esta, la veíamos como la nota en la cual no se podía fallar, era una ventaja que nos entregaba el enemigo y esa ventaja sin lugar a dudas debía ser aprovechada. El punto critico de la operación –que dentro del transcurso la bautizamos como Operación Newton- se encontraba en la quinta calificación. Para acceder a esta se debía semanalmente cumplir con la resolución de interminables guias de ejercicios, las cuales, se debían presentar en el cuaderno correspondiente al curso, luego de esto el profesor las examinaba –rápidamente, puesto por puesto- y las condecoraba con un timbre que llevaba su nombre y profesión. A final de cada trimestre, si tu cuaderno poseía estampado siete timbres accedías automáticamente a la máxima calificación, la cual, para nosotros, podía significar la salvación.

Gran problema el que debíamos afrontar, primero, nunca tendríamos la capacidad intelectual para desarrollar aquellas guias y segundo, tampoco teníamos las ganas para hacerlo. Luego de meditarlo profundamente llegamos a la conclusión de que necesariamente debíamos falsificar aquel timbre. El plan era el siguiente. Debíamos conseguir un cuaderno que tuviese aquella preciada marca, llevarla donde un experto y obtener la copia. Al obtener el timbre falsificado, no deberíamos esforzarnos semana a semana por resolver los fastidiosos ejercicios, teníamos la posibilidad de esperar hasta cada fin de trimestre y conseguirnos ya todos los ejercicios resueltos, copiarlos en nuestro cuaderno para luego proceder a timbrarlos. Frente a esto, sonaría lógico hacerse las siguientes preguntas ¿por qué no solamente conseguir los ejercicios resueltos, copiarlos semana a semana y luego presentarlos al profesor y obtener un timbre verdadero, por que tener que esperar hasta fin del trimestre para realizar la falsificación? La respuesta es muy sencilla, nadie en nuestro curso era lo suficientemente aplicado como para llegar con los ejercicios resueltos desde su hogar y luego contar con el tiempo suficiente para entregar noblemente al curso su esfuerzo intelectual. Las guias siempre eran terminadas muy poco tiempo antes que comenzara la clase y por lo mismo nos veíamos imposibilitados de poder realizar la copia. Además, el esfuerzo que ponían nuestros compañeros por resolver los problemas los convertían en seres llenos de mezquindad, no estaban dispuestos a compartir sus logros con el resto del curso, ellos nos calificaban como holgazanes y despreocupados de nuestros deberes académicos –lo que era una gran verdad-.

Para conseguir el timbre debíamos reunir una pequeña suma de dinero. Para nuestro grupo nunca el dinero fue lo importante, estabamos dispuestos a realizar cualquier estupidez con tal de acceder al timbre. Cuando finalmente lo tuvimos en nuestras manos –luego de una larga semana de espera- nos sentíamos realmente bien, no solo por el hecho de que gracias a él nuestro plan avanzaba substantivamente, sino que también, por el hecho de estar incurriendo en una falta. Una falta, que dentro de cualquier comunidad educativa es considerada gravisima, y que no solamente en el terreno educacional sino que por la sociedad en su conjunto. Para nosotros incurrir en la falsificación era algo digno de alabar, realmente nos sentíamos bien.

El frío mes de agosto fue testigo fiel de los sucesos de falsificación en que incurrimos, habíamos logrado superar las pruebas y trabajos –todo gracias a nuestra guerra sucia-, pero aun quedaba una última batalla, se acercaba la finalización del trimestre, y por ende, la revisión de los timbres. El sacar a escondidas un cuaderno, para luego fotocopiarlo y de esta manera acceder a la información que se requería –los resultados de los ejercicios- a esa altura ya era un dato mas a nuestra fraudulenta causa. Una vez copiados los ejercicios, decidimos en pro de nuestra seguridad y de la operación, no poner la máxima cantidad de timbres, solo nos bastaban con cinco o seis. No queríamos levantar sospecha alguna de nuestra conspiración.

Cuando el profesor comenzó la revisión estabamos realmente nerviosos, después de todo, durante todo el trimestre no habíamos presentado tarea alguna, y además, al color de la tinta que utilizamos en nuestros timbres era un tanto más oscura que la original –la paranoia nos corrompía-. Cuando el primero de nosotros presentó su cuaderno y el profesor lo calificó con un seis, todos volvimos a respirar. Todo salió según el plan, la falsificación había sido todo un éxito.

Aún nos quedaba por ejecutar la segunda parte de nuestro plan, el último trimestre de aquel año fue realmente caótico, dentro de nuestro curso creció considerablemente el espíritu de compañerismo, teníamos un fin en común, todos debíamos aprobar, no se permitirían bajas, ¡Vamos que se puede! Era la consigna oficial. Esto nos llevó a tomar nuevas decisiones, nos dimos cuenta que no solo nuestro reducido círculo necesitaba de la ayuda de aquel falso timbre, eran muchos los que pasaban por una situación igualmente critica a la nuestra. Hasta ese entonces la compartimentación de la información era un principio inquebrantable para nuestro grupo, pero la situación nos llevó a ser publica nuestra adquisición. Comenzamos a repartir timbres como nunca lo habíamos hecho, incluso nuestra obra benéfica llegó a otras latitudes, hordas de jóvenes ajenos a nuestro curso se vieron beneficiados con aquel bendito retoño de la falsificación y la mentira.

Nuestro objetivo fue cumplido cabalmente, logramos aprobar el ramo, aunque no con grandes calificaciones, pero aquello no importaba, nunca pretendimos ser los alumnos estrellas del curso, nada de eso. Solo buscamos salvar nuestro pellejo, uniendo un poco de mentiras y acción.

Por Winston Smith

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