Eran días normales los que corrían sin destino, eran aquellos en que no se hace nada donde el único lema valido era “vamos a pasarlo bien ahora”. Mi colegio era católicamente estricto, un colegio mixto de curas, donde todo se hacia grave a aquellos ojos acusadores que te vigilaban como diciendo “¡cuidado con pecar, te estoy mirando!”, todo era como se sabe aparentemente calmo y creían erróneamente que su trabajo bien hacían, mas en muchas cosas se equivocaban pues de tanto inculcar lo sagrado con fanatismo exacerbado, diría que todo se había vuelto más que menos laico.
Tan extraño era aquel aparente ambiente de religiosidad barata, que no podían ser más canallas, los escuchabas a cada momento con su sermón molesto tratando de siempre criticarnos pero bastaba que los miraras detenidamente un poco y pronto darse cuenta uno podía de que lo que decían (aunque tal vez lo sentían) no lo practicaban. Ni pizca de ayuno y buenas obras, aunque tal vez con nosotros ya por pagados se daban, pero rabia completa daba, que intensasen que nosotros hiciéramos mucho sin hacer ellos nada.
Un día cualquiera un cura en una misa me obligo salir adelante para hacer cualquier petición de perdón y yo le dije que no quería, a lo que sus ojos endemoniados me presionaron para que me levantase. Yo resignado lo hice pero en el pulpito de desquite honestamente diciendo-¡en este momento no pido perdón por nada, pues no me arrepiento de nada hecho!-, luego me senté y él dio un sermón sobre el orgullo que iba dirigido a mi, aunque parece que le hubiese convenido más escucharlo a él.
Ya comente que estos religiosos tenían un fanatismo exacerbado, ya que basado creo en antiguas costumbres imponían casi como una obligación el ser buen cristiano, pero ese “buen cristiano” no tenía las mismas cualidades que el de un hombre bueno, justo o noble, sino que no era nada si no sabia los últimos hit de las oraciones de temporada y si no entraba a una capilla y se daba con una piedra en el pecho antes de comenzar cada día. Este era mi cole, el donde los curas tenían autos deportivos, donde te retaban si no rezabas o no entrabas a misa, donde después de una reunión tus padres te veían como un demonio, donde no escondían sus gustos por la buena mesa, donde se jactaban de pequeñas obritas, y otras muchas más cosas de las que ahora no quisiera acordarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario