martes, 15 de abril de 2008

Un cambio de ropa no tan rápido

En medio de una actividad extraprogramática de mi colegio (en el año 2008), donde debíamos, como cuarto medio, actuar en los espacios que quisiéramos de éste, tuve que correr para diversos sectores (aclaro de antemano que mi colegio no era precisamente pequeño) revisando la luz, la escenografía en general y la música de fondo. En uno de esos trotes tuve que ir a la sala de profesores (lugar donde ningún estudiante cuerdo va por motivación propia) a buscar parte del maquillaje y del vestuario de la escena que a mi me tocaba. Como me tuve que cambiar rápidamente de ropa y para evitar una situación incómoda (que otra persona entrara y me viera sin ropa) me metí en la primera sala que encontré, sin siquiera prender la luz y sólo me preocupé de entrecerrar un poco la puerta. Lástima que hice todo tan rápido, porque si hubiese alcanzado a prender la luz, me habría ahorrado la incómoda y asquerosa escena que me tocó presenciar. Como tres minutos después de que ingresé a la sala y comencé a ponerme un traje bastante peculiar y difícil de poner con rapidez (el vestido era de esos bien pomposos, con corsé y todo, estilo victoriano), entró a la sala nada menos que el director del colegio. Acto seguido, entró casi en puntillas la coordinadora del primer ciclo básico. Todo podría haber quedado bien hasta ahí, pero de pronto se comenzaron a besar con DEMASIADA pasión, cosa que de verdad si pudiera borrar de mi memoria lo haría con gusto. El punto es que seguían besándose como si el mundo se fuera a acabar y no parecía que pretendían dejar de hacerlo a la brevedad. Yo, muy incómoda por el vestido y la situación ni siquiera quería respirar. Pero gracias a la torpeza y lentitud de un compañero (típico imbécil del que todos se ríen, pero que siempre salva a último minuto), que hizo demasiado ruido al entrar a la sala de profesores con el fin de encontrar unos cables de audio para mi escena (y si me encontraba, mejor), los intachables profesores se separaron rápidamente, la profesora se fue y el director se quedó revolviendo unos papeles y saludando, como si nada, a mi torpe compañero. Para rematar esta situación, este torpe me vio y me gritó que me apurara. Evidentemente el director entendió que yo llevaba ahí no menos de cinco minutos y que había presenciado su gran acto de afectuosidad. Pero el tipo, descaradamente, ni se inmuto y me dijo que el traje era muy lindo. Yo sólo sonreí y me fui a actuar. Nunca más volví a entrar a esa sala.

Arlequín


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