martes, 22 de abril de 2008

Unos niños sacrílegos

Durante el curso de tercer año medio, mi historia ocurre específicamente en el ramo de Religión, que dicho sea de paso, era considerado un ramo igual de importante que el resto, pero que no afectaba en este caso en el promedio anual.

Esta materia era dirigida por el cura del liceo, siendo la hora propicia para el desorden a nivel general, hostigamiento más que exagerado para ciertos compañeros poco apreciados, y en su conjunto, los clásicos papeles arrugados y sus variantes, quemados y mojados, además de cáscaras de naranjas e incluso cambio de notas en el libro de clases (a lo que llamábamos “picotear el libro”). Esto era así ya que el padre aunque tomaba sus medidas en contra de estas acciones, estas no distaba en anotaciones poco graves, que a la larga no nos afectaban en lo absoluto ni menos de sentir pizca alguna de arrepentimiento. Esto siempre fue así y con mayor intensidad continuando el resto del año.

De alguna forma esto tenía que terminar, de la forma que fuese. Tal ocasión llego un día en el padre se decidió a preguntarnos el porque de esta reacción tan hostil y extrema (ya que difícilmente se ve en una clase de matemáticas). Nuestro único y más sólido argumento en nuestra defensa fue que la materia hasta ese entonces pasada era poco útil, aburrida y que más encima era una suerte de continuación a las ya interminable horas de cátedras de filosofía dictadas por nuestra profesora y recopiladas estas en hojas y hojas de nuestros cuadernos. Ante esto se decidió con el padre cambiar los contenidos en forma total para el segundo semestre, con la única condición de mejorar como curso nuestro paupérrimo comportamiento. Tal condición, a lo más, duró al pie de la letra solo un día.

Viendo tales hechos, a la mayoría se nos paso por la cabeza de que tenía que ocurrir algo grave para que esto terminase. Para desgracia de todos, ese día no demoró mucho en llegar.

Ocurrió luego, como de costumbre, al comenzar la clase de Religión. Anterior a esta clase tuvimos Ed. Física, por lo que a un grupo grande de compañeros se les ocurre de llenar un banco con papeles, mientras que otros distraían al padre, conversándole y el resto del curso dedicándose a los juegos ya comunes a esas alturas. Ya con el banco cargado de papel se concluyo con rociar por completo un desodorante a los papeles y consumar el acto transformando el encendedor de alguno de mis compañeros como detonador. El espectáculo era evidente, con el banco quemándose y el alboroto obviamente producido (entre risas nerviosas y miedo a las evidentes consecuencias) ni siquiera se atinó a usar el extintor que se encontraba a la entrada de nuestra sala, solo con agua, cuadernos y hasta la ropa de gimnasia.

Cuento corto. La mitad del lado que estaba mas cerca al banco suspendido por cerca de una semana (ya ni me acuerdo) y el resto, en el que me incluyo, anotados gravemente en la hoja de vida y con citación de apoderados, aunque no se lo conté a mis viejos. De alguna manera lo encontré inicialmente injusto, pero era lo mínimo y lo más merecido, ya que a la larga nadie asumió la culpa, teníamos el infierno mismo en esas clases y nadie quiso pagar el banco.

Timón

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